La página www.archivodelafrontera.com está ampliando sus servicios y haciendo mejoras que se llevarán a cabo durante el verano. Y para no interrumpir la lectura continuada de los capítulos de "Flor de Truhanes", los iremos dejando en el blog de La Petra Verde, hasta que de nuevo aparezcan, a partir del 6 de octubre en El Archivo de La Frontera. Un saludo veraniego a l@s amig@s y aquí seguiremos... EdL, alias "La Petra Verde"
Hemos dejado a Baïbars, en el episodio anterior, luchando
contra los cuarenta ladrones de la banda de Otmân, Flor de Truhanes, y
justo en el momento en que Baïbars va a enfrentarse él solo contra Otmân,
tras haber derrotado y puesto en fuga a toda su cuadrilla de ladrones…
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Mientras tanto, Baïbars se
había acercado más y más a la cueva.
- ¡Ven acá, osta Otmân!
–le gritó.
- ¡Lárgate, soldao –respondió
el otro desde el interior de la cueva-. ¡No voy a trabajar pa ti! ¡Trabajar a
garrotazos no va conmigo, amigo! ¿Vete a buscar a otro escudero que te sirva
sin darte problemas! ¡Por el Profeta! ¡Tu albondiguilla[1]
me da miedo! ¡Así se lleve la peste al que la fabricó!
- Me da igual que digas sí o
no, que quieras o no quieras, como si estás vivo o muerto, tú vas a entrar a mi
servicio; no quiero a ningún otro escudero. Estoy totalmente decidido, y no voy
a cambiar de idea; te voy a llevar conmigo ahora mismo.
- ¡Pues entonces ven a
buscarme! ¡Acércate si te atreves!
Baïbars ya iba a entrar, pero pensó que tal vez alguno de
los ladrones podría estar oculto dentro de la cueva. Otmân se arrastraba por el
suelo, sin encontrar forma de ponerse a salvo, pues Baïbars se había quedado
cerca de la puerta aguzando el oído para ver si algún compadre de Otmân que
pudiera quedar allí dentro hacía algún ruido. Cuando estuvo seguro de que dentro
de la cueva no había nadie más que Otmân, se dispuso a entrar. Se encomendó al
Todomisericordioso, al Distribuidor de bienaventuranzas, El que atiende a todas
las cosas por igual. Se puso en manos del Gran Señor, del Señor de los hijos de
Adnân[2],
de Los Protectores, de los Qutb[3],
de los Walis y de los Justos, y se internó en la cueva; con el corazón más
firme que un sílex, sin temor a la muerte ni a la otra vida. Avanzó hacia donde
estaba Otmân, pero no se fiaba de sus trampas y argucias, pues había oído decir
que Otmân era un maestro en el arte de la trapacería.
Y continuó el ráwy…
Cuando el osta Otmân vio que Baïbars avanzaba
hacia él, se aterrorizó y, sin esperar más, sacó de debajo de su ropa un disco
de plomo del tamaño de una tortuga de agua dulce.
- ¡Ahí te va eso y revienta! –gritó
balanceándolo con el brazo.
El disco salió volando con la fuerza de un proyectil
lanzado por una catapulta, y con el rugido del trueno. Baïbars, viéndolo llegar
directo hacia él, lo esquivó, y el proyectil, al fallar su objetivo, golpeó
contra la pared de la cueva, en la que se incrustó con más fuerza que si
hubiera sido fijado con un clavo. Mientras tanto, Otmân había cogido otro disco
y lo lanzó contra Baïbars, que lo esquivó de nuevo. Otmân sacó un tercero, lo
alzó todo lo largo que le daba el brazo, tan alto, que se le podía ver el
negror de las asilas, y lo arrojó; luego se puso a temblar al ver que Baïbars
había parado el proyectil en pleno vuelo. Ante esto, sus ojos se tiñeron de
rojo, se remangó, cogió su garrote, lo hizo girar con un zumbido igual al de la
muela de molino, y lanzó un terrible grito:
- ¡Soldao, fuera e mi camino o
te masacro!
Baïbars dio un paso a un lado, de forma que Otmân pasó
delante de él. Aún tenía en la mano el disco de plomo; así que le golpeó con él
y le hizo caer rodando por el suelo. Luego se precipitó sobre Otmân, se sentó
sobre su espalda, le quitó el turbante y lo amarró bien fuerte, atándole los
brazos contra el cuerpo. Después se puso a pegarle con su lett, pero no
muy fuerte.
- ¡Piedad, soldao! ¿No temes al
Señor? ¡Amigo, me has matao! ¡Eh! ¡Que yo no me he comío la fortuna de tu padre,
ni la de tu abuelo pa que quieras ponerme a tu servicio! ¡No pienso trabajar pa
ti, ni aunque reviente! ¡Venga, déjame en paz, lárgate a ocuparte de tus
asuntos, y que te lleve la peste! Tú no eres más que un monstruo de iniquidad.
Sólo dime una cosa: quién te ha dao esa albondiguilla.
Mientras esto sucedía, los ladrones, compadres de Otmân,
miraban de lejos todo lo que pasaba; en efecto, el emir Baïbars, después de
haberlo amarrado, le había hecho salir de la cueva.
- ¡Menuo tipo, ese soldao! –se
decían entre ellos-. Debe ser un demonio, o un hijo de demonio, pa que haya podío
vencer al osta Otmân.
Luego, después de intercambiar una serie de silbidos como
señal, se marcharon a todo correr, porque ¡ser capaces de huir, ya era toda una
victoria!
Baïbars se volvió hacia Otmân y le dijo:
- ¡Venga, levántate, osta
Otmân, y partamos, con la bendición de Dios!
- ¿Y aónde quieres que vaya,
soldao?
- Al Cairo, al palacio del
visir Naŷm El-Dîn. Trabajarás para mí, te ocuparás de mis caballos, allí no vas
a perder nada: te daré una buena soldada, y estarás contento.
Ante esas palabras, Otmân estalló con una grosera
carcajada, tan fuerte que retumbó con un eco. Luego se sentó y dijo:
- ¡Pues escucha, soldao, si de
veras ties ganas de que yo vaya contigo, vete a buscar dos camellos de Bagdad y
dos bueyes de Damasco, para que tiren de mí!
- ¡Que la peste te lleve!
–gritó Baïbars-. ¿Pero qué te pasa? ¿Es que tienes reumatismo o es que estás
tullido? ¡Ay, Señor! ¡Qué peste! ¡Eres peor que un camello acurrucado!
- ¿Por el Profeta! –respondió
Otmân-, ¡no pienso ir; ya me pues matar aquí mismo, que no iré, no trabajaré pa
ti! ¡Ya te he dicho que me dejes en paz!, ¡te pegas a mí como la plasta e mierda
al camello!
- Bueno, pues si no quieres
levantarte por la vara de Moisés, yo te haré andar por el palo del faraón.
Tienes la sesera hueca, estás loco, y para sanarte, nada mejor que el nervio de
buey[4].
Baïbars sacó su fusta y la hizo silbar como una culebra,
luego la abatió sobre Otmân. Éste encajó unos buenos cincuenta latigazos, sin
gemir, ni pedir gracia, así de fiero era Otmân.
- Soldao –dijo-, te juro por el
Profeta, que ya pues seguir golpeándome hasta mañana por la mañana, que yo no me pienso mover d’aquí.
FIN
Próximo
episodio…
8 –
El arrepentimiento de Otmân “Flor de Truhanes”
[2] Es decir, los hijos del Profeta: los “hijos de Adnân”
son los Árabes del Norte, en contraposición a los Yemeníes, “hijos de Qahtân”.
[3] “Los llamados Protectores (Los 40 Protectores)
constituyen la escala superior de una pirámide jerárquica cuyos grados (su
nombre y su número son secretos) corresponden a los niveles de iniciación. De
esta pirámide, la cúspide está representada por el Qutb, el Polo Místico
alrededor del que gira el mundo, y sin el que el mundo no podría existir. Pero
este grandioso papel no le impide participar plenamente de la condición humana;
de hecho, sería más exacto decir que es el único ser en el mundo capaz de
realizarse plena y totalmente. Como todos los hombres, está sometido a la
enfermedad, al envejecimiento y a la muerte. Además, cada época tiene su propio
Qutb, que sucede inmediatamente al que le ha precedido…” (Jean-Patrick
Guillaume – “Fleur des Truands” p. 26 – Ed. Sindbad – Paris, 1986)
[4] Se
refiere a la fusta, que generalmente se confeccionaba con nervios de buey.